POSITIVO, fue lo que pude leer cuando, la médica de mi centro de ITS de confianza, señaló en el informe con la punta del boli: “Positivo en VIH”. Desde que comencé a tener una vida sexualmente activa, siempre temí este día. Ahora había llegado. Ya estaba. Me tocó.
Para mí hay muchas formas, tantas como personas, de recibir, llevar y asimilar un diagnóstico, cualquier diagnóstico. Las personas con el VIH cargamos con una estigmatización, llena de prejuicios y falta de información. Después de leer ese “Positivo”, sabía que nada había cambiado en mí, seguía siendo la misma persona que unos minutos atrás. También sabía que no me iba a morir de eso. Había oído algo sobre estar Indetectable=Intransmisible y me sonaba que, si tomaba el tratamiento podría tener una carga viral indetectable y no transmitir el VIH a nadie de ninguna manera. Todo eso me lo confirmó la doctora. Sin embargo, estaba abrumado: pensaba en mi familia, en mis amigos, en mis ligues. ¿Cómo iba yo a gestionar todo esto? “Necesito hablar con alguien con discreción, que no se lo cuente a nadie”, pensé. Ningún amigo mío tenía VIH o, por lo menos, nadie me lo había contado aún. Así que decidí hacer caso a uno de esos carteles de sala de espera del hospital que nadie lee y me acerqué a una de estas asociaciones.